Hace unos días, en una ciudad cualquiera, un cartel con una joven espectacular en el escaparate de un gimnasio decía: “Este verano, ¿quieres ser sirena o ballena?. Dicen que una mujer joven, metida ya en la treintena cuyas características físicas no han trascendido, respondió a la pregunta publicitaria en estos términos:
Estimados Sres.:
Las ballenas están siempre rodeadas de amigos (delfines, leones marinos, humanos curiosos…). Tienen una vida sexual muy activa y ballenitas de los más tiernas a las que amamantan. Se lo pasan bomba con los delfines poniéndose moradas de camarones. Juegan y nadan surcando los mares, conociendo lugares tan maravillosos como la Patagonia, el mar de Barens o los arrecifes de coral de la Polinesia.
Las ballenas cantan muy bien y hasta graban discos. Son impresionantes y casi no tienen más enemigos que los pescadores de alta mar. Son queridas, defendidas y admiradas por casi todo el mundo.
Sin embargo, las sirenas no existen. Y si existieran, tendrían que ir al psicoanalista por un grave problema de personalidad: ¿mujer o pescado?. Súmese el hecho de que no tienen vida sexual, puesto que matan a los hombres que se acercan a ellas. Además, ¿por dónde la llevarían a cabo?... . Así que tampoco tienen hijos. Son bonitas, es verdad, pero solitarias y tristes. Y no es por nada pero, ¿quién querría acercarse a una chica que huele a pescado?
Yo lo tengo claro: quiero ser ballena.
P.d.: En esta época en la que muchos nos venden la idea de que sólo las flacas son bellas, prefiero disfrutar de un helado con mis hijos, de una cena con un hombre que me haga vibrar o de un café con pastas con mis amigas. Con el tiempo ganamos peso porque, al acumular tanta información en la cabeza, cuando no hay más sitio, se reparte por el resto del cuerpo. Así que no es que estemos gordas, si no que somos tremendamente cultas”.